
Quieres plantar una planta.
Primero pregúntate para qué quieres plantarla. Hay dos tipos de personas. Las que no se lo plantean, saben que quieren tener una planta y lucirla en su casa y aquellos que, viven el tenerla como una relación de amor y cuidado hacia otro ser vivo, es decir, la disfrutan (no la tienen). ¿Qué sentido encuentras?
Después, entre el plantarla y el momento en que se empiezan a ver los frutos hay un transcurso, un proceso que necesita maduración. ¿Y tú, cómo vives ese camino?
¿La riegas día tras día, con amor y constancia, la pones en un sitio luminoso para que pueda crecer y expandirse? O eres de los que dicen ¡tengo que regar la planta!
¿Eres de los que van a mirar cada día a ver si ha crecido mientras te repites “aún no”? O en cambio eres de los que, a pesar de la ilusión por ver los frutos dice “ya florecerá cuando sea su momento, voy a poner de mi parte para que se desarrolle en su proceso”.
¿Eres de los que se pone en medio del transcurso natural de crecimiento intentando hacer cosas para que vaya más rápido o de los que acepta y disfruta el propio ritmo, ni rápido ni lento, el suyo en particular?
Y, cuando ya ha florecido, eres de los que pasa por su lado y la mira de reojo pensando “está bonita, sí, pero no tengo tiempo para plantar más” o de los que te sientas delante de ella, la contemplas, reflexionas sobre todo lo que has aprendido en su proceso y dices:
“he disfrutado tanto de verla crecer que voy a plantar más semillas porque en el futuro quiero seguir contemplando la belleza de lo que en un pasado planté”?
Paula Folch
21.09.16